Alberto Fernández y Cristina Kirchner: nuevos encuentros, diferencias intactas

En un escenario de impasse político, lo único que surgen son rumores y un manojo de medidas incongruentes. Así, no hay nada que pueda hacerse desde el punto de vista técnico de la gestión económica.

Por Sergio Berensztein – La raíz de la crisis que estamos sufriendo es de índole política y no económica. Es cierto que se refleja en las principales variables económicas: dólares paralelos que no encuentran techo (o, mejor dicho, el peso que no encuentra piso), fuerte aceleración inflacionaria, pérdida del poder adquisitivo, escasez de productos importados y el Riesgo País en cifras de default; y esto puede confundir al observador apresurado, pero detrás de la pasividad del gobierno y su impotencia para encontrar soluciones lo que se esconden son razones políticas.

Los distintos sectores que integran el FDT no logran convenir un curso de acción. Aún más, hay algunas visiones que son absolutamente incompatibles entre sí.

Luego de la renuncia de Martín Guzmán y la llegada de Silvina Batakis, Alberto Fernández y Cristina Kirchner volvieron a hablarse y verse las caras (la última reunión entre ambos fue este sábado al mediodía en la Quinta de Olivos). El gobierno intenta mantener los encuentros y su contenido en el más absoluto hermetismo. El solo hecho de que se produzcan e intenten ocultarlos pone de manifiesto la falta de acuerdo. Aunque por el momento flamee una bandera blanca y se despliegue una frágil tregua, las diferencias siguen intactas.

En este escenario de impasse político, lo único que surgen son rumores, confusión y un manojo de medidas incongruentes mientras la situación se sigue agravando. Hasta que los límites que impone la propia política no se superen, no hay nada que pueda hacerse desde el punto de vista técnico de la gestión económica.

De hecho, esta es una crisis relativamente fácil de encauzar: los remedios ya son bien conocidos por todos los actores, incluyendo a Cristina Kirchner, que los aplicó en el pasado. Una solución de fondo requeriría de un sólido capital político, coordinación entre las distintas áreas, equipos muy bien preparados y una fuerte voluntad (el gobierno no cuenta con estos atributos); pero una respuesta parcial y de más corto plazo, con el único fin de detener el deterioro, sería factible, siempre y cuando surja un acuerdo dentro de la coalición. Como ni siquiera esto se logra, la inercia autodestructiva se profundiza.

Qué habría que hacer desde el punto de vista económico no es ningún misterio: el gobierno podría comenzar por aplicar lo que Guzmán venía diciendo hace tiempo y Batakis retomó, pero nunca termina de suceder, como reducir los subsidios energéticos y recortar parte del gasto público. Seguramente también haya que devaluar el dólar oficial para reducir la brecha cambiaria y fomentar el ingreso de divisas, como hicieron Axel Kicillof y Carlos Fábrega en 2014 (así que podrían preguntarles a ellos).

En ese momento el cupo para comprar dólares era más alto, no había tantas restricciones a las importaciones, la brecha era de aproximadamente el 40% (hoy es del 140%) y la situación de las reservas internacionales era mucho mejor que la actual, sin embargo, Cristina Kirchner avaló aquella devaluación. En cambio, lo que el kirchnerismo ahora propone es avanzar contra la propiedad privada de los productores rurales y enviar a la Policía Federal a las “cuevas”, como sostuvo Juliana Di Tullio este fin de semana. La insensatez y el autoritarismo del kirchnerismo parecen crecer mientras su pragmatismo y buen juicio disminuye.

El problema de fondo es, entonces, que los sectores radicalizados del FDT no permiten que se apliquen las medidas necesarias para contener la crisis (por el contrario, proponen alternativas que llevarían a la Argentina en la dirección contraria) y Alberto Fernández no quiere “liderar porque eso significaría romper con Cristina”, tal como lo expresó frente a intendentes bonaerenses el pasado martes.

Lo único que es políticamente viable es no hacer nada, pero la economía argentina esto ya no lo tolera. No hay margen para seguir postergando las decisiones. Si no se rompe esta trampa política es imposible pensar en soluciones que frenen la inercia destructiva. Y de ninguna manera los problemas se solucionarán solos (tal como creen algunos funcionarios, pensando que solo hace falta pasar el invierno para que merme la importación de energía) o a través de regalos caídos del cielo (la fantasía de que podría llegar un préstamo de unos cuantos miles de millones de dólares desde el Banco Mundial para recomponer las reservas es solo eso, una fantasía).

La gran pregunta entonces es si este impasse entre los distintos sectores del FDT puede cambiar. La posibilidad de que Sergio Massa ingrese al gabinete y arme su propio equipo económico, para algunos genera expectativas (rumores en este sentido surgieron cuando renunció Guzmán y volvieron a aparecer en las últimas horas).

Pero no es solo una cuestión de nombres, sino del proceso de toma de decisiones, que hoy conduce a obturaciones constantes. No está claro que un nuevo jefe de gabinete, sea Massa o cualquier otro, pueda hacer lo que no le dejaron a Guzmán y no le dejan hacer a Batakis. No hay que confundir los qué con los quienes. Y esto es precisamente lo que el mercado está mirando: cada vez le importa menos quiénes son los funcionarios que vienen o se van, pero sí observa con suma atención el acuerdo político con el que cada uno (no) cuenta.