Las consecuencias geopolíticas que puede tener la muerte del presidente de Irán

Si bien las relaciones exteriores están al mando del líder supremo, el accidente generó preocupación en distintas partes del mundo

La sorpresiva muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi en un accidente de helicóptero hizo planear en las últimas horas la inquietud sobre la agitación geopolítica que podría provocar su desaparición. Para los especialistas, sin embargo, ese riesgo es casi inexistente, teniendo en cuenta que el régimen sigue siendo dirigido por el mismo hombre: el guía supremo de la revolución, el ayatollah Alí Khamenei.

Pero la preocupación es legítima, teniendo en cuenta que Irán ha pasado décadas apoyando y financiando grupos armados en Líbano, Siria, Irak, Yemen y los territorios palestinos, con el principal objetivo de asumir el control total de la región y hacer desaparecer la influencia de Estados Unidos y de Israel, sus dos enemigos jurados.

Desde que se conoció la desaparición del aparato que llevaba a bordo al presidente Raisi, a su ministro de Relaciones Exteriores y a otras siete personas, Israel escogió la discreción, desmintiendo enseguida toda implicación en el accidente.

Ebrahim Raisi era considerado por Tel Aviv como el enemigo número uno del país. Ultraconservador, cercano al Guía Supremo, el difunto presidente tenía la obsesión de “borrar a Israel del mapa”. No obstante, los especialistas y expertos militares juzgan que su desaparición “apenas infligirá un pequeño golpe al régimen”, como lo escribe un editorialista israelí.

“No hay que olvidar que el poder no es ejercido por el presidente, sino por el Guía Supremo, Khamenei, así como por los jefes de los Guardianes de la Revolución, verdadero Estado en el Estado y espina dorsal de la República Islámica”, escribió.

La única reacción de los responsables israelíes, retomada por los medios, ha sido un categórico desmentido a una posible implicación del Mossad, los servicios secretos israelíes. Como lo explica Yaakov Amidor, ex consejero israelí para la Seguridad Nacional, “atacar al presidente sería energía desperdiciada, en la medida en que solo el Guía Supremo decide qué hacer”. Amos Yadlin, ex jefe de la inteligencia militar, prevé “que no habrá consecuencias inmediatas, tanto en el frente sur de Gaza con el Hamas como en el norte, en la frontera del Líbano con Hezbolá”.

Después de las masacres cometidas por el Hamas el 7 de octubre de 2023 en el sur de Israel, una guerra indirecta opone al Estado hebreo con la República Islámica, que apoya al movimiento islámico radical palestino y a la milicia chiita libanesa.

Esa confrontación llegó a su paroxismo el mes pasado cuando Irán disparó por primera vez desde su territorio 350 misiles y drones hacia territorio israelí como represalias por la eliminación, el 1° de abril en Damasco, de un importante responsable de los Guardianes de la Revolución, atribuido a Israel. Casi la totalidad de esos artefactos fueron interceptados en vuelo, mientras el Estado hebreo reaccionó en forma limitada a la agresión, lanzando un ataque contra una base militar iraní.

Para completar el cuadro de esa hostilidad tenaz entre ambos países, Israel se comprometió a impedir “por todos los medios”, que Irán se dote del arma nuclear. Y según el director de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) con sede en Viena, hay urgencia: “Teherán nunca estuvo tan cerca de la bomba atómica. Si Ali Jamanei decide tomar ese camino, solo se trata de una cuestión de semanas, no de meses”, advirtió la semana pasada el argentino Rafael Grossi.

En la actualidad, Irán enriquece uranio al 60%, no lejos del 90% requerido para fabricar un arma nuclear. Las cámaras de vigilancia instaladas por Naciones Unidas han sido desconectadas y Teherán -que sigue insistiendo en que su programa es exclusivamente con fines pacíficos- prohíbe el ingreso a los inspectores más experimentados de la AIEA.

 

Pero otros países del Golfo Pérsico también miran a Irán con desconfianza, lo que explica por qué gobiernos como los de los Emiratos Árabes Unidos o Bahrein, entre otros, decidieron en 2020 normalizar sus relaciones con Israel. Porque Irán no solo ha procurado ayuda y financiación a Hamas y al Jihad Islámico en Palestina, otro grupo más pequeño pero mucho más radical, que participó en el ataque del 7 de octubre en Israel. También lo hace desde hace años con el Hezbolá en el Líbano y con numerosas milicias chiitas presentes en Siria y en Irak, donde lanzan periódicos ataques contra bases de Estados Unidos. Los hutíes yemenitas son, a su vez, utilizados por Teherán para atacar navíos comerciales que navegan en aguas internacionales de la región a fin de afectar los intereses de Israel.

 

Aliado clave de Moscú

Por fin, desde que comenzó la invasión rusa a Ucrania, Irán se ha convertido en uno de los aliados clave de Moscú, proveyéndolo con cantidad de drones salidos de sus unidades de producción. Ibrahim Raisi afirmó alguna vez que esos envíos habían cesado después de la invasión rusa. Una versión desechada por responsables europeos y estadounidenses, según los cuales, ese tráfico se intensificó desde que comenzó la guerra.

 

Signo de esa colaboración, al enviar sus condolencias al régimen iraní, tanto Vladimir Putin como su homólogo Xi Jinping, lamentaron la desaparición de “un remarcable político y un verdadero amigo” para el primero, y de un “gran amigo” para el mandatario chino. En un estilo más prudente, el jefe de Estado turco, Recep Tayyip Erdogan, se declaró, por su parte, “profundamente entristecido”.

 

Para nada sorprendente pues que, en las actuales condiciones, el menor cambio en el régimen iraní sea examinado a la lupa por el mundo. En todo caso, según Bernard Fourcade, especialista de Irán en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) francés, “las chances de derrocamiento del régimen son actualmente muy débiles”.

 

“Las manifestaciones de opositores no pueden bastar. Sería necesaria una huelga interminable, general, masiva y muy respetada, que provoque una crisis económica que jaquee las finanzas de los Guardianes de la Revolución, para provocar un real cambio”. A su juicio, “un golpe de Estado del ejército es muy poco probable, en la medida en que las nominaciones de todos los oficiales superiores deben obtener la luz verde de los Guardianes de la Revolución, que han encadenado el sistema desde hace años”.